Hay un desastre silencioso en nuestro país que se profundiza y extiende: el desastre urbano. En los últimos años se construyó un contexto político en que los gobernantes asumen que el papel pro-activo que deben tener sobre sus ciudades, debe ser la poco imaginativa creación de obras viales.
En Monterrey el gobierno intenta construir un túnel para cruzar la sierra del cerro de la silla; en Cuernavaca un segundo piso en Av. Plan de Ayala; en Guadalajara un segundo piso de 23 kilómetros; en el Estado de México más del segundo piso del periférico; en el Distrito Federal 40 kilómetros de vías de alta velocidad y elevadas en la certeramente llamada “autopista urbana” (¿quién quiere vivir en una ciudad con una autopista que le cruza por el medio?); en Morelia un megatunel que penetre la Loma de Santa María; y los pasos a desnivel en Saltillo han llegado al grado de ser una orgía de alta velocidad cuyo objetivo es acabar con cualquier semáforo.
Frente a esta andanada de gasto público en obras viales, cualquier habitante urbano puede tomarse un instante para preguntarse: ¿están construyendo la ciudad en la que quiero vivir?
No hay obra vial que no traiga consigo más coches. El economista Anthony Downs lo llama el principio de la triple convergencia, en el que los cálculos que hacen los usuarios de coches y otros medios de transporte cambian a partir de la percepción de que una vía circula más rápido que otra. El problema es que todos pensamos igual y al trata de evadir el tráfico nos convertimos en el nuevo tráfico. Una vez que tenemos una ciudad expandida horizontalmente con un problema permanente de transporte y calidad de vida, nos volvemos a preguntar: ¿qué fue primero el coche o el pavimento? La respuesta no es fácil de capturar. Pero los argumentos más estudiados de por qué más calles, generan más coches se pueden leer en el artículo de la hoy Secretaria del Medio Ambiente en el Distrito Federal, Martha Delgado (“¿A quién beneficia el doble piso del periférico?” Reforma 26/12/04)
La construcción desmesurada de obras viales, está montada en una clara alianza de intereses políticos y dinero, constituida por: constructores, desarrolladores de bienes raíces, la industria automotriz, y políticos que usan el cemento como mensaje de campaña. Esta alianza afecta la forma urbana de nuestras ciudades. Con ella se combinan los usos de suelo restringido, la ausencia de espacios públicos, el abandono del transporte público, y la expulsión del peatón de las calles. Esta misma alianza construye puentes peatonales en vez de semáforos, ejes viales de alta velocidad que dividen colonias, y desarrollos de vivienda en las afueras de las ciudades; eleva los costos de los servicios que tienen que ser expandidos horizontalmente, emite alrededor de 30% de los gases invernadero en México, y le son atribuibles por lo menos 15 mil muertes por accidentes al año. A ella se suma el discurso del gobierno federal contra los impuestos a los autos, pues según el presidente Calderón las externalidades negativas de los coches las debemos asumir todos, incluso la gran mayoría que no tiene coche. Esta alianza, en la que gustosamente participan todos los partidos, es la responsable del desastre urbano que vivimos. Un desastre que produce contextos sociales como el de Cancún, Ecatepec, y Ciudad Juárez.
El diseño de las ciudades y la vida en ellas no tiene por qué ser tragedia griega. Las decisiones erróneas del pasado no tienen por qué tener como destino inevitable una ciudad construida para coches. Los gobiernos pueden corregir. Cada peso, público o privado, que un gobierno gasta en una nueva calle es un peso que se podría gastar en mejorar o expandir el transporte público, en ampliar banquetas. Cada peso que el gobierno federal gasta en el subsidio a la gasolina o pago de la tenencia se podría gastar en subsidiar nuevas viviendas en centros urbanos.
Si nuestras ciudades no tienen por qué ser una tragedia, nosotros no tenemos porque ser espectadores. Cualquier automovilista puede dejar de serlo, y para ello necesita exigir que su gobierno deje de gastar el dinero como lo gasta.
http://andreslajous.blogs.com Twitter: @andreslajous
Maestro en Planeación Urbana por el Massachusetts Institute of Technology
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/49037.html
En Monterrey el gobierno intenta construir un túnel para cruzar la sierra del cerro de la silla; en Cuernavaca un segundo piso en Av. Plan de Ayala; en Guadalajara un segundo piso de 23 kilómetros; en el Estado de México más del segundo piso del periférico; en el Distrito Federal 40 kilómetros de vías de alta velocidad y elevadas en la certeramente llamada “autopista urbana” (¿quién quiere vivir en una ciudad con una autopista que le cruza por el medio?); en Morelia un megatunel que penetre la Loma de Santa María; y los pasos a desnivel en Saltillo han llegado al grado de ser una orgía de alta velocidad cuyo objetivo es acabar con cualquier semáforo.
Frente a esta andanada de gasto público en obras viales, cualquier habitante urbano puede tomarse un instante para preguntarse: ¿están construyendo la ciudad en la que quiero vivir?
No hay obra vial que no traiga consigo más coches. El economista Anthony Downs lo llama el principio de la triple convergencia, en el que los cálculos que hacen los usuarios de coches y otros medios de transporte cambian a partir de la percepción de que una vía circula más rápido que otra. El problema es que todos pensamos igual y al trata de evadir el tráfico nos convertimos en el nuevo tráfico. Una vez que tenemos una ciudad expandida horizontalmente con un problema permanente de transporte y calidad de vida, nos volvemos a preguntar: ¿qué fue primero el coche o el pavimento? La respuesta no es fácil de capturar. Pero los argumentos más estudiados de por qué más calles, generan más coches se pueden leer en el artículo de la hoy Secretaria del Medio Ambiente en el Distrito Federal, Martha Delgado (“¿A quién beneficia el doble piso del periférico?” Reforma 26/12/04)
La construcción desmesurada de obras viales, está montada en una clara alianza de intereses políticos y dinero, constituida por: constructores, desarrolladores de bienes raíces, la industria automotriz, y políticos que usan el cemento como mensaje de campaña. Esta alianza afecta la forma urbana de nuestras ciudades. Con ella se combinan los usos de suelo restringido, la ausencia de espacios públicos, el abandono del transporte público, y la expulsión del peatón de las calles. Esta misma alianza construye puentes peatonales en vez de semáforos, ejes viales de alta velocidad que dividen colonias, y desarrollos de vivienda en las afueras de las ciudades; eleva los costos de los servicios que tienen que ser expandidos horizontalmente, emite alrededor de 30% de los gases invernadero en México, y le son atribuibles por lo menos 15 mil muertes por accidentes al año. A ella se suma el discurso del gobierno federal contra los impuestos a los autos, pues según el presidente Calderón las externalidades negativas de los coches las debemos asumir todos, incluso la gran mayoría que no tiene coche. Esta alianza, en la que gustosamente participan todos los partidos, es la responsable del desastre urbano que vivimos. Un desastre que produce contextos sociales como el de Cancún, Ecatepec, y Ciudad Juárez.
El diseño de las ciudades y la vida en ellas no tiene por qué ser tragedia griega. Las decisiones erróneas del pasado no tienen por qué tener como destino inevitable una ciudad construida para coches. Los gobiernos pueden corregir. Cada peso, público o privado, que un gobierno gasta en una nueva calle es un peso que se podría gastar en mejorar o expandir el transporte público, en ampliar banquetas. Cada peso que el gobierno federal gasta en el subsidio a la gasolina o pago de la tenencia se podría gastar en subsidiar nuevas viviendas en centros urbanos.
Si nuestras ciudades no tienen por qué ser una tragedia, nosotros no tenemos porque ser espectadores. Cualquier automovilista puede dejar de serlo, y para ello necesita exigir que su gobierno deje de gastar el dinero como lo gasta.
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Maestro en Planeación Urbana por el Massachusetts Institute of Technology
http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/49037.html